Hay momentos en la vida en que tomar una dirección u otra condiciona todo lo que vendrá después, con marchas atrás prácticamente imposibles. En el plano personal, todas y todos somos producto de diversas situaciones de este tipo. Y en el colectivo, en aquel en el que somos seres sociales, también. Pienso que actualmente el anarcosindicalimo se encuentra en una coyuntura de este tipo. Sin duda no es la primera que atravesamos a lo largo de nuestra historia como movimiento social de la clase trabajadora (porque, no lo olvidemos, eso es precisamente el sindicalismo), pero su desenlace determinará de forma contundente nuestro futuro.
A nadie se les escapa que en las últimas décadas el anarcosindicalismo ha experimentado un progresivo crecimiento. En términos de gente que participa en las diversas organizaciones que conforman este espacio y especialmente en su presencia en las luchas y en los diversos espacios sociales y de confrontación al estatus quo. En el plano sindical, a nivel de lucha y de capacidad abrir frentes de lucha contra el capital, el anarcosindicalismo está teniendo la capacidad de cuestionar el monopolio sindical que el Régimen del 78 otorgó, de forma premeditada y bien planificada, a CCOO y UGT. Sin duda las organizaciones anarcosindicalistas tienen muchos menos afiliados y afiliadas que los que ostentan, al menos nominalmente, las centrales CCOO y UGT, corporaciones que siguen controlando la gran mayoría de los delegados/as. Sin embargo, más allá de esta representación institucional, la realidad es que ya sea en número de huelgas y otros conflictos, en su seguimiento y contundencia, e incluso en victorias, el anarcosinsicalismo tiene una presencia cada vez más relevante que en ocasiones eclipsa a los “sindicatos” del régimen.
Sin embargo, en paralelo están aflorando algunos riesgos y dinámicas que amenazan el movimiento que, por ahora, es la principal herramienta de lucha que tenemos la clase trabajadora del conjunto del Estado español. Para no hacer muy largo este texto, aquí voy a tratar únicamente dos. El primero el riesgo de la jerarquización del anarcosindicalismo y el segundo el de pérdida de autonomía de su apuesta sindical. En mi opinión, en ambos casos si eso sucediera conllevaría la muerte de la alternativa que el anarcosindialismo pretende construir.
En diversas organizaciones y espacios de dentro del anarcosindicalismo en los últimos tiempos se pueden apreciar dinámicas que, como mínimo en algunos aspectos, son autoritarias. Es cierto que a veces se trata de fenómenos puntuales y que se han podido corregir, pero en otros casos parecen consolidarse y perpetuarse un poco más en el tiempo. Indicios hay muchos. Uno podría ser el hecho de que los debates se ganan y, por extensión, hay quien los pierde. Debates que pueden tener diversas formas, desde los congresos y plenos de sindicatos hasta discusiones en espacios más informales. Plantearse un debate como una arena donde se gana o se pierde conlleva mutilar la participación de los y las compañeras en plano de igualdad, pues de lo que se trata es de sumar el máximo de apoyos. Atrás queda la libre confrontación de ideas y planteamientos donde, además, cada uno/una de nosotras puede acabar dándose cuenta de que otro compañero/a puede plantear cosas llenas de sentido que nos lleven a enriquecer o incluso a modificar nuestras posiciones. La suma de apoyos para ganar, además, genera una dinámica de mercadeo de favores, de clientelismo, que para nada encaja en lo que deberían ser las organizaciones libertarias.
Otra cara del mismo fenómeno es la limitación de los espacios de debate. Preservar las organizaciones es algo importante, yo diría que imprescindible para poder mantener o incrementar nuestra fuerza y capacidad de confrontación al estado y al capital. Pero esta salvaguarda de las organizaciones debe hacerse en todo momento asumiendo que las personas que las conforman, que son compañeras y compañeros, participan en ellas libremente a partir del convencimiento y del conocimiento. Conocimiento de lo que es y hace la propia organización y convencimiento de lo que se quiere ir y el recorrido que se quiere emprender. De ahí las asambleas y los procesos de decisión construidos abajo y trasladados hacia arriba. Recientemente estamos asistiendo a demasiados casos de negación del debate, como si en sí mismo fuera algo que pusiera en riesgo el mantenimiento de la propia organización, cuando precisamente se trata de lo contrario.
Y esto abre la puerta a la tercera pata de este proceso: la especialización de la toma de decisiones en aquella pequeña parte de compañeros y compañeras que sí accede a la información. Con el tiempo y por reiteración del proceso surge un aparato en organizaciones libertarias. Algo que, en teoría, debería ser un anatema acaba consolidándose y adquiriendo cada vez más peso en el día a día de la organización. Cuando este mismo aparato, además de un monopolio de la información, ejerce su capacidad para decidir qué se debate y qué no, el proceso de jerarquización de algo que en teoría debería ser horizontal ya ha dado un salto cualitativo importante. No es nada sorprendente que, en este tipo de contextos, la participación caiga en picado puesto que puede acabar asimilándose a una simple validación de las decisiones tomados por este mismo aparato.
Un creciente autoritarismo y jerarquización en el sindicalismo, también en el anarcosindicalismo, lleva una progresiva presencia de la delegación. Los y las afiliadas, que en teoría deberían poder ser activas en el día a día de la organización, se acostumbran a delegar en aquellos y aquellas que tienen poder para decidir su propia capacidad de actuar. No me refiero específicamente a la participación de algunas organizaciones anarcosindicalistas en los comités de empresa, hablo de la delegación “informal” o a veces bajo una forma “orgánica” que se consolida en espacios de algunos de los sindicatos libertarios. Entrar en esa rueda acaba conllevando que premisas como “si tú luchas, tú decides” dejen de ser reales puesto que para luchar uno/a tiene que poder ser protagonista de la propia definición del conflicto.
De hecho, una organización que poco a poco se va construyendo a imagen y semejanza de la sociedad gobernada por el estado que pretende combatir, queda despojada de su potencial de confrontación. El anarquismo, y el mundo libertario en general, eso lo ha tenido claro siempre y este ha sido uno de los aspectos que nos ha distinguido de tradiciones leninistas. No podemos construir un mundo nuevo con los patrones que definen el viejo. En otros términos, se corre el riesgo también de reproducir unas prácticas plenamente integradas en el sindicalismo de la delegación edificado durante la Transición bajo un discurso, en lo aparente, de ruptura. Caer en eso supone un fraude para nosotros mismos/as.
Quien me conoce sabe que últimamente he vivido situaciones de este tipo más o menos de cerca. No me considero una persona naif ni que ande con un lirio en la mano. Sin embargo, pienso que en algunos espacios del anarcosindicalismo debemos plantearnos urgentemente cómo queremos ser y si hemos caído en algunas de las dinámicas que he mencionado. Tenemos que poderlo hacer colectivamente, sin jefes ni sin delegar en otros/as el afrontar estos problemas. Priorizando el contenido de las palabras por encima del volumen de la voz y, especialmente, el escuchar que el acaparar el habla. Como quien se encuentra en una encrucijada, el camino que escojamos nos condicionará el futuro y puede decidir si el anarcosindicalismo pasa a ser, únicamente, una bonita palabra. Y no estamos aquí para eso.